Recuerdo: el día que vi los ojos de Maradona
En el 2010 tuve la chance de estar enfrente de Maradona. Separado por una valla, nada más. Fue en San Juan, previo a un partido amistoso que la Selección Argentina que él dirigía jugó con Costa Rica. Estábamos con un grupo de periodistas en la puerta del vestuario argentino cuando llegó al estadio la delegación albiceleste. El primero en aparecer fue Diego, con el pecho siempre infladísimo, el gesto serio y una mirada letal.
Con pocas esperanzas, le preguntamos si podíamos hablar un rato y se prestó de muy buena manera. Mientras algún periodista le hacía una pregunta que no escuché, me colgué mirándolo. Lo primero que me llamó la atención fue su altura. Era muy petiso. Es difícil creer que ese tipo era Diego Armando Maradona. Uno sabe que Diego no llegaba al metro setenta, pero quizás mi imaginación había creado a un guerrero imponente, un héroe albiceleste. Bueno, no, para nada.
Algo no estaba bien: cómo fueron las últimas horas de vida de Diego Maradona
Era un tipo petiso, como el chofer del bondi, el preceptor del colegio o el verdulero del barrio. Después vi los tatuajes en sus brazos, los aritos, una cruz en el medio del pecho y dos relojes, uno en cada muñeca. Diego respondía mirando fijamente a los ojos. Eso no es común. A la gente le gusta hablar mirando el contexto. Cada vez son menos los que hablan y miran a los ojos. Bueno, Diego te clavaba los ojos y te temblaban las rodillas.
Tenía la mirada más poderosa y penetrante que vi en mi vida. Todos la hemos visto miles de veces por la tele, pero ahí, enfrente de uno, fue diferente. Me gustaría espiar un poco lo que esa mirada vio en la vida. Me gustaría entender qué es estar en el cielo, abrazado a la gloria, y que es estar en el infierno, abrazado a la oscuridad. Ver que estás creciendo -como bien dijo alguna vez- en un barrio privado... de gas, de agua, de luz. Y ver que un día podés tener todo lo que se te ocurra, porque estás en la cima del mundo. Esos ojos vieron demasiado.
Conmoción: la decisión del Napoli tras la muerte de Diego Maradona
El mendocino Rodolfo Braceli, una de las plumas más originales del periodismo argentino, siempre dice que ser Maradona es inhumano. Se pregunta, además, quién puede soportar ser la persona más famosa del planeta. Y cuando veía que Diego contestaba preguntas ahí, detrás de la valla, trataba de pensar que enfrente tenía a un mito viviente. Que levante la mano un mito viviente en el mundo... Cri, cri, cri. ¿Vieron? El tiempo y la muerte convierten a ciertos personajes en mito, cuando ya son una estatua de bronce, una calle, una remera o una lápida con muchísimas flores. Así, cualquiera es mito. Pero hay que ser muy groso, re contra re mil groso, para bancarse ser un mito y levantarte todas las mañanas a ejercer, justamente, de mito.
Último adiós: confirmaron dónde será el velatorio de Diego Maradona
Me da gracia y mucha lástima ("Lástima a nadie, maestro", ya lo sé, Diego) cuando escucho decir lo mal que nos representó Maradona en el mundo por su soberbia, sus excesos, su mal ejemplo y esas boludeces. Señora, señor, Maradona nunca fue ejemplo de nada. Simplemente fue el ser humano que mejor jugó al deporte más masivo del planeta. Y fue un tipo que creó momentos bellísimos en el fútbol y regaló felicidad a millones y millones de personas. Casi nada.
Fue menemista y se tatuó al Che. Hizo la campaña Un Sol para los Chicos y varias veces estuvo ahí de tapar el sol con merca. Usaba a veces una cruz gigante en el pecho y bardeó a Juan Pablo II por los techos de oro del Vaticano. Odió a Grondona, amó a Bilardo, amó a Grondona, odió a Bilardo, se peleó con todos, se abuenó con todos. Murió, resucitó, le cortaron las piernas y volvió a volver. Contradictorio, transparente, soberbio, cínico, valiente, irreverente, temerario, ingenioso, mago, líder, machista, argentino.
Junto al peronismo, Maradona es el gran relato de este país.
Hoy, entre tanta tristeza, esa tarde en la que vi los ojos de Maradona ha vuelto a mi memoria. Me gustaría que todos tengamos la posibilidad de poder ver desde sus ojos aunque sea por unos segundos. Ver al mundo a través de los ojos de Maradona. Guau. Solo así entenderíamos que no fue humano ser él. Y piensen: si ustedes tienen defectos, si yo me mando mil cagadas -y somos tipos anónimos-, piensen lo jodido que sería ser, solo por unas horas, el Diego. Algún día ojalá un nieto me pregunte quién fue Maradona. Y le voy a contar que fui contemporáneo de Diego y que una tarde, en San Juan, lo vi a los ojos. Y encontré la mirada más fascinante que jamás haya visto: la mirada que lo vio todo. La mirada del amo.