Beber alcohol tomando antibióticos: qué dice la ciencia
Arranca el otoño y las variaciones en las temperaturas, con el advenimiento de las lluvias, acarrea la aparición de cepas virales que se vuelven cada vez más frecuentes. Este fenómeno se traduce en un fuerte aumento de resfriados, con cuadros febriles y otras afecciones que van a requerir la utilización de antibióticos.
Lo cierto es que en la mayoría de las oportunidades los pacientes comienzan a sentirse mucho mejor y quizás aún no han completado la dosis recomendada del antibiótico, incluso algunos, hasta dejan antes de tomar las pastillas. Es en este punto donde los profesionales insisten en que es fundamental finalizar la dosis indicada.
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Otras de las situaciones frecuentes que suelen darse y son muy consultadas, es que muchas personas que aún se encuentran en tratamiento antibiótico, se reúnen con amigos o concurren a fiestas en donde existe el consumo de alcohol. Y es aquí donde se preguntan en qué medida el consumo de alcohol puede afectar su consumo en combinación con los medicamentos.
Según lo que aporta el sitio especializado Mayo Clinic, tomar alcohol mientras se están tomando antibióticos puede generar efectos adversos como malestar estomacal, mareo y algún tipo de somnolencia.
Efectos del alcohol durante el uso de antibióticos
Si tomamos algunos ejemplos como el metronidazol, el tinidazol y la combinación de sulfametoxazol con trimetoprima, encontramos que estos pueden provocar efectos adversos graves si se consumen junto con alcohol, incluyendo enrojecimiento facial, cefaleas, náuseas, vómitos y taquicardia. Por su parte, el linezolid puede interactuar con bebidas como el vino tinto o la cerveza, generando un aumento peligroso de la presión arterial.
Además, es importante tener en cuenta que algunos productos de uso cotidiano, como los medicamentos para el resfriado y ciertos enjuagues bucales, contienen alcohol en su composición. Revisar las etiquetas es clave para evitar su consumo mientras se sigue un tratamiento con antibióticos. Aunque una ingesta moderada de alcohol no suele afectar la eficacia de la mayoría de estos fármacos, sí puede reducir la energía y retardar la recuperación, por lo que es recomendable evitarlo hasta finalizar el tratamiento.
Cómo impacta el alcohol en la efectividad de los antibióticos
Se suele pensar que consumir cantidades moderadas de alcohol reduce la efectividad de los medicamentos aunque esto no sería tan exacto. Sí está comprobado que en algunas ocasiones puede provocar deshidratación, malestar estomacal, problemas para dormir y una reducción significativa en la respuesta inmunitaria del cuerpo.
Esta advertencia se extiende a otros medicamentos. En el caso del paracetamol, su combinación con alcohol puede aumentar su toxicidad en el hígado, representando un peligro significativo.
Asimismo, fármacos que afectan el sistema nervioso, como las benzodiacepinas (alprazolam, diazepam, lorazepam, entre otras), pueden causar una disminución en la capacidad de reacción cuando se consumen junto con alcohol, elevando el riesgo de accidentes tanto en el hogar como en la vía pública.
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El consumo regular de alcohol acelera el metabolismo en general, afectando el comportamiento de los medicamentos, incluido el ibuprofeno. Esto puede resultar en una pérdida más rápida de los efectos, impulsando a aumentar las dosis, lo cual no es aconsejable. El consumo crónico de ambas sustancias eleva el riesgo de problemas gástricos y enfermedades cardiovasculares, así como de úlceras estomacales y gastritis.
Consecuencias del consumo habitual de alcohol
Más allá de las interacciones con los medicamentos, el consumo de alcohol conlleva diversos riesgos para la salud. Su ingesta frecuente o en grandes cantidades puede ocasionar daños en el hígado, el sistema nervioso y el corazón, aumentando la posibilidad de desarrollar enfermedades hepáticas, problemas cardiovasculares y trastornos neurológicos. También afecta la concentración y la coordinación, incrementando la probabilidad de sufrir accidentes.
A largo plazo, el consumo excesivo de alcohol está relacionado con la dependencia, el deterioro cognitivo y un mayor riesgo de desarrollar ciertos tipos de cáncer. En el ámbito emocional y social, su abuso puede desencadenar problemas de ansiedad y depresión, además de impactar negativamente en las relaciones interpersonales. Por estos motivos, se recomienda un consumo responsable o, en lo posible, evitarlo por completo.